Aunque en el imaginario colectivo, el flamenco es comúnmente representado con una imagen de mujer vestida con ropa muy colorida, flores, lunares y ataviada con todo tipo de complementos, esto no siempre fue así.
En términos generales, la posición de la mujer a lo largo de la historia ha estado subordinada a la del hombre, así como a los roles culturales que históricamente se les asignaban, tales como el cuidado del hogar y de los hijos, entre otros. Durante una extensa etapa, a las mujeres se les ha restringido la posibilidad de expresar sus opiniones y pensamientos, así como la búsqueda de su propio crecimiento tanto a nivel personal como profesional. Esta situación de subordinación se ha dado en todos los ámbitos de la vida social y en todos los estratos jerárquicos de la sociedad.
Centrándonos en la mujer y el flamenco, esto no ha sido diferente. Además, no podemos dejar a un lado la figura de la mujer gitana, grupo social que, durante siglos, han preservado y desarrollado el flamenco como una parte cultural de su día a día. Por tanto, a la situación generalizada socialmente en la participación de la mujer en la vida pública, había que añadir unos valores propios del pueblo gitano, muy ligados a la familia y a la intimidad.
La participación de la mujer en el flamenco se limitaba al ámbito privado y doméstico, a eventos organizados en entornos familiares. Además, una vez casadas, esta privacidad se veía fuertemente influenciada por el hecho de estar mal visto que la mujer se dedicase al flamenco como oficio. En muchos casos, ni siquiera ellas eran conscientes de que podían tener una carrera, o pensaban que ellas no lo merecían.
Mujeres pioneras en el flamenco.
De las primeras artistas que se tiene constancia en el flamenco, podemos hablar de Juana Vargas ‘La Macarrona’, bailaora jerezana de cuna que ganó fama desde niña, y a consecuencia de ello, fue una de las bailaoras más importantes de la época. Sus andaduras empezaron en los Cafés Cantantes de la ciudad de Málaga, pasando por Barcelona y llegando incluso a bailar en París con motivo de la exposición universal de 1889.
Otra de las primeras artistas en tener una carrera en el flamenco fue Pastora María Pavón Cruz, mejor conocida como ‘La Niña de los Peines’ es considerada una de las figuras más importantes en la historia del flamenco, que ha dejado una gran huella en el género e influenciando a numerosos artistas posteriores.
Otras pioneras, como Antonia ‘La Gamba’, la Serneta, la Trini, la Andonda o Rita la Cantaora, la Chata de Madrid, Juana la Pitraca, Salud la Hija del Ciego, Antonia la Gamba, Carmen Borbolla o Gabriela Ortega, entre muchas otras, de las que poco o nada se ha escrito y que han aportado mucho al flamenco.
Casi no hay documentos con la voz de Flora, esposa de Porrina de Badajoz, de sus jaleos y tangos extremeños, o de la madre de Camarón, Juana Cruz. Otro ejemplo, María La Sabina, con un fandango que interpreta actualmente Miguel Poveda. Tampoco conocemos apenas a La Bolola, una gitana de Jerez que de la que aprendieron Antonio Mairena, Terremoto o Camarón.
Tuvimos la suerte de rescatar a algunas mujeres que profesionalizaron más o menos sus carreras al final de sus vidas, cuando ya no tenían barreras que se lo impidiesen, habitualmente tras el fallecimiento de sus esposos. Son ejemplo de ello artistas como la Tía Añica La Piriñaca, María La Burra o María Bala. Por poco nos privamos de conocer a La Perrata, madre del Lebrijano, y a Cristobalina de Funi, quien grabó un disco con García-Pelayo y poco más. Estas figuras representan solo una parte mínimamente visible de un grupo cuya verdadera magnitud permanece desconocida.
Generación tras generación, la participación de la mujer en el mundo del flamenco de forma profesional fue aumentando. Nombres como La Paquera de Jerez, Fernanda y Bernarda de Utrera, Lola Flores o Carmen Amaya.
En la actualidad, esta situación ha cambiado mucho, y el flamenco cuenta con numerosas y grandes artistas con nombre de mujer. Con carreras impecables y un gran talento para el flamenco, podemos mencionar a muchas grandes artistas de todas las disciplinas, como Sara Baras, Estrella Morente, Eva Yerbabuena, Carmen Linares… y una larga lista que no parece no acabar nunca, afortunadamente.
La mujer en las letras del flamenco.
El flamenco es el más arraigado arte en la historia y la sociedad española de los últimos siglos, y ha sido testigo y, por tanto, se ha impregnado de los diversos acontecimientos y aspectos sociales. Por tanto, se destaca como un fiel cronista de la realidad, trazando su evolución desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Las letras flamencas, ricas en matices, exploran la amplia gama de emociones humanas, desde la euforia hasta la tristeza y la tragedia, incorporando la picardía andaluza, el doble sentido y otras formas expresivas propias del flamenco.
Aunque es muy complicado generalizar en lo que respecta al flamenco y a sus letras, hay patrones que se repiten constantemente. Uno de los más recurrentes es la temática en torno a la figura de la mujer, que ocupa un lugar central en las coplas flamencas. La mujer es tratada desde diversos puntos de vista, tales como una visión romántica o maternal, pero también desde un punto de vista de la mala mujer, los celos, la honra o el insulto. El machismo, reflejado en algunas letras que llegan incluso a justificar la violencia contra las mujeres, ha sido una temática recurrente en el romancero jondo. A lo largo de la historia, estas letras, que en ocasiones reflejaban actitudes discriminatorias, han sido una suerte de espejo de la sociedad de la época.
Afortunadamente, con el paso del tiempo, estas expresiones han ido desapareciendo, y el flamenco ha emprendido importantes iniciativas desde su interior para liberarse de esta carga. Al revisar algunas de estas coplas, resulta evidente lo inaceptables que son en la actualidad. Es esencial reconocer los avances internos del flamenco en su lucha contra esta lacra, marcando un camino hacia la igualdad y la erradicación de expresiones que perpetúan la discriminación de género.
Sin embargo, no podríamos afirmar que el flamenco es ni más ni menos machista o misógino que cualquier otro género, sino un reflejo más de una construcción social heredada desde hace siglos y, como ya se ha comentado, y al igual que la sociedad avanza en erradicar la discriminación por razones de género, el flamenco trabaja en la misma línea en la que lo hace la sociedad.