El traje de flamenca es un verdadero ejemplo de cómo una tradición regional puede adaptarse a los tiempos cambiantes, incorporando las tendencias actuales año tras año. Esta prenda, es un icono de España dentro y fuera de nuestras fronteras. Aunque en la actualidad asociamos este estilo con volantes, lunares, un toque de clasicismo y un estallido de color, la historia del traje de flamenca revela un origen modesto y humilde que se remonta a finales del siglo XIX y principios del XX.
En aquellos días, las mujeres que acompañaban a los tratantes de ganado a las antiguas ferias llevaban batas de trabajo. Estas batas se destacaban por estar adornadas con volantes en las faldas y eran complementadas con delantales para el trabajo y mantoncillos que cubrían los hombros. Especialmente, las campesinas y las gitanas las lucían, lo que les valió el nombre inicial de ‘traje de gitana’. Estas prendas no solo exhibían volantes, sino también bordados y una paleta de colores que no pasaron desapercibidas para los artistas románticos y costumbristas, además de para las mujeres de alta sociedad de esa época.
Este fenómeno llevó a las mujeres adineradas de la burguesía a confeccionar vestidos siguiendo este patrón, lo que posteriormente se consolidó como los icónicos ‘trajes de flamenca’ en la mitad del siglo XIX.
Sin embargo, el verdadero punto de inflexión ocurrió en 1929, durante la Exposición Iberoamericana de Sevilla, cuando este atuendo se convirtió en la prenda por excelencia para asistir al evento y a las ferias. Desde entonces, ha evolucionado continuamente hasta convertirse en un símbolo arraigado en la cultura española y andaluza, una tradición que despierta admiración en todo el mundo y que se ha convertido en parte integral de la historia de la moda.
A medida que avanzó el tiempo, el traje de flamenca evolucionó junto con la sociedad, abriéndose al mundo y ganando en ornamentación y elementos como el mantón o las peinetas. Sin embargo, en sus primeros años de popularidad, durante la posguerra, se caracterizaba por su sencillez, con trajes enterizos adornados con volantes bajos, remates de madroños y mangas de farol. Los tejidos eran lisos o presentaban lunares, pero siempre ligeros y económicos.
Con el paso de los años, vieron un aumento en el volumen de las faldas, con volantes que se extendían desde la cintura hasta debajo de las rodillas. Las mangas se alargaron hasta los codos y el escote adquirió protagonismo tanto en la parte delantera como en la trasera. En la década de los 60, la influencia de la minifalda se hizo evidente en los vestidos de gitana, con faldas voluminosas sostenidas por enaguas que apenas cubrían las rodillas.
Los 70 marcaron una transformación hacia trajes de flamenca más estilizados, con faldas alargadas y menos voluminosas en comparación con las décadas anteriores. Las mangas presentaban amplios volantes a la altura de los codos, y los flecos de los mantoncillos se extendían hasta el suelo. En los años 80, se produjo una redefinición de la silueta femenina con talles ajustados. El volumen regresó en su forma más maximalista, no solo en las faldas, sino también en las mangas que se acortaron a la sisa y dieron lugar a múltiples filas de volantes. Los colores vibrantes adornaban las ferias y romerías de toda Andalucía.
Aunque el traje de flamenca ha mantenido sus rasgos esenciales a lo largo de los años, no se puede negar que ha experimentado una transformación significativa en las últimas décadas del siglo XX y en el inicio del siglo XXI. Estos cambios han situado a la moda flamenca en un nivel destacado, comparable a los diseños de la moda internacional, que en más de una ocasión han tomado inspiración en esta rica tradición. Gran cantidad de diseñadores con proyección internacional, como Juana Martín, Vicky Martín Berrocal o Pilar Vera, así como eventos de gran notoriedad como la Semana Internacional de la Moda Flamenca, SIMOF, hacen de un excepcional escaparate de la moda flamenca hacia el resto del mundo.
Este traje de flamenca, con su historia fascinante y su capacidad de adaptación, es una parte fundamental de la cultura española y andaluza, y su vínculo con el flamenco es esencial desde tiempos inmemoriales, siendo una seña de identidad de éste, nuestro arte, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la UNESCO. Los cafés cantantes y las zambras de Granada, antecesores de los tablaos flamencos como el Casa Ana, fueron los precursores de establecer esta identidad en el flamenco, lleno de color y vivacidad, así como vistosidad y movimiento. Además, un sinfín de grandes figuras de la historia del flamenco y de la copla, como Lola Flores o Rocio Jurado, se han encargado de reforzar el traje de flamenca o la bata de cola en el imaginario colectivo.